“Porque es muerte para las almas el convertirse en agua, y muerte para el agua el convertirse en tierra. Pero el agua procede de la tierra; y del agua, el alma”.
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Heráclito
I
La noche cae sobre el lago coronado por el Volcán. El resplandor que emana del cielo gracias a la explosión de estrellas que hoy revelan el rostro más bello de la bóveda, me permite distinguir las formas que cobra la naturaleza cuando finge no ser vista.
En sueños fui citado. Eso creo ahora. Vi al anciano en las afueras del pueblo, comenzando la tarde. Dijo que nos reuniéramos aquí para que lo ayudara a escoger el sitio perfecto para su casa. Sin embargo, ahora que lo pienso bien, no recuerdo mucho más de esa conversación; tampoco puedo evocar el rostro de mi cliente. Y ahora, al juzgar por el lugar y la hora, estoy empezando a creer que el acontecimiento no fue mucho más que un sueño. Ni siquiera estoy seguro de cómo llegué aquí, sólo caminé en medio del bosque con la convicción de que arribaría a una de las orillas del lago. A pesar de todo, se tratara de un sueño o no, me agrada; sentir que escapo por un tiempo. La neblina baja del cielo y cubre la cima del volcán, las cumbres de los árboles y los alrededores, como un ojo enfocando su mirada hacia su único espectador.
Una casa, temporal, quería el misterioso hombre. Pero toda casa es temporal… La creación comienza con una formulación, a veces con un sueño, pero la culminación es el inicio de un nuevo proceso: la consumación.
Escucho crujir algunas hojas. Alguien se acerca de entre los árboles que ahora visten de bruma.
–¿Es usted el arquitecto?
Bajo la mirada que estaba sujeta a las estrellas para observar una figura que se deja iluminar por los astros a medida que avanza hacia mí. Un hombre, un anciano, larga barba le cae hasta donde inicia el cuello, y lleva encima humildes vestimentas, las que habría podido catalogar de harapos sino fuera por la elegancia de su porte.
–¿Y bien?, ¿la ha visto? –Continúa– Es decir, ¿la ha visualizado? Una casa deseo, mi retiro por fin. Templo de experiencias, templo de inspiración. Para mí, pero también para todos aquellos que busquen la misma sensación; así pues, puede ser más de una. Un lugar en donde la quietud sea anfitriona, que invite a percibir el entorno natural que quedará excusado de la ley del silencio.
–Pues no será muy difícil –comento–, este lugar ofrece la respuesta y nos dispone todos los elementos. Ninguna mente puede adelantársele en cuanto a soluciones, a ella me refiero, la siempre presente.
El anciano asiente.
–Este lugar –prosigo–… parece como si hubiera salido del sueño de Tales.
El misterioso señor, sonriente y de manera cordial, hace ademán de quitarse un sombrero invisible y de volver a colocárselo.
–¿El agua? –Pregunta–, el origen de todas las cosas…, sobre donde todos navegamos sin darnos cuenta.
Se inclina en la orilla del lago y agarró un poco de agua con la palma de la mano para observar después cómo escurría de entre sus dedos.
–Pero no ésta agua –agrega.
–Y para otro quien venía de Éfeso –intervengo–, el origen era el fuego: el cambio permanente. Pero no lo que nosotros llamamos fuego.
Se levanta y sonríe. Interviene:
–Y según cuentan ahora, para otro proveniente de mi tierra, el aire era lo que traía el origen de todo lo que podemos ver y tocar, y de lo que no podemos ver y no podemos tocar.
Miramos a nuestro alrededor.
–Pero no este aire –decimos los dos.
Observamos al volcán disipando la tela de niebla que lo mantenía parcialmente cubierto bajo el silencio del entorno nocturno.
–Con el tiempo llegó otro hombre –retomo la palabra–, concluyó que la Creación proviene de por lo menos cuatro elementos, y son estos en distintas proporciones los que permiten el diseño. Dio un gran paso. Ahora sabemos que no son sólo cuatro, pero he ahí los cimientos, lo encontrado sin tener idea de qué buscar. Esta escena, mire, el lago como espejo de la bóveda estrellada, el agua que trae vida a lo que le rodea, “como es arriba es abajo”. A continuación la tierra que emerge del agua en un intento de tocar el cielo, moldeado con ayuda del fuego, haciéndose cada vez más sensible a medida que asciende. La voluntad del ser es el fuego en su interior que espera salir de la forma que lo encarcela. Y finalmente el aire, la brisa, la niebla, la bruma, los intermediarios, comunicadores…, todo respira y transpira. Esta escena funde los sueños de todos esos grandes hombres, pioneros, curiosos; los que buscaron lo que todavía no existía en la mente humana. Con sus preguntas provino todo lo demás. No dejaron nada escrito, sin embargo, se dice que Tales fue el primero.
–Los humanos todo lo intentan comprender únicamente con los ojos, con sus oídos; eso siempre me ha entristecido –hizo una breve pausa antes de continuar–. ¿Y bien, arquitecto? ¿Cree que podrá diseñar mi casa?, ya veo que comprende bien el sitio.
–A veces las respuestas se consiguen en ausencia de todo aquello que nos ha estado encadenando a este reino de inmundicia. Somos una casa también, a veces debemos soltarlas: nuestras almas, dejarlas a la deriva hacia el lugar entre las aguas y las tierras que apuntan hacia el cielo, hacia el hogar del que todos provenimos. ¿Lo logra ver?
–Vengo de muy lejos. Los lugares no me dejan de sorprender, aun en esta era tan escandalosa. Tal vez fue un poco tarde cuando me di cuenta que Mileto era muy pequeño, pero ahora disfruto de esta stoa natural. Usted conoce su lugar, aquí sólo soy un visitante. Hábleme de él. Sus servicios serán bien recompensados.
II
–Esta zona fue bendecida por gran cantidad de atractivos; aguas termales y parques nacionales que resguardan la biodiversidad de este pequeño país. Todas las actividades de retiro, búsqueda de tranquilidad, de diversión, o bien, de distracción, son realizadas bajo la majestuosa escenografía del volcán siempre presente en la vida cotidiana de los pobladores y de los afortunados visitantes.
»La Laguna que lleva el nombre del volcán y coronada por éste, guarda un místico secreto –apunto hacia ella–. Alguna vez albergó un pueblo que tuvo que ser desplazado debido a la constante actividad volcánica, recordándonos que la tierra está viva. Los indígenas Maleku todavía afirman que el dios del fuego habita en su interior. Con el paso de los años el agua se esparció sobre el antiguo pueblo, sepultando bajo sus aguas los recuerdos y reinando el silencio y el siempre vigilante Volcán. Podemos intentar domar la naturaleza, intentar vencerla, pero al final ella siempre renace. Prevalecerá. Una casa deberá dejarse arrullar, no imponerse, de lo contrario estará sujeta a la destrucción.
»El lugar perfecto, el no-lugar. Allá.
–¿Sobre el agua?
–Exacto. No adentro, no a la par. No podremos obtener las experiencias si no damos el paso entre nuestro mundo y el otro, de la tierra al agua. Tenemos que cambiar de ambiente para que nuestro cuerpo y mente se adapten a la nueva experiencia –me sitúo en la orilla–. Desde aquí entramos a su casa. El umbral.
»Ahora bien, imagine un puente como el de los muelles de su tierra; véase a usted caminar sobre él a través del lago. Un espacio no muy grande con forma que evoca al volcán lo recibe, un espacio de silencio. Su ingreso sólo será posible de noche y en su interior no se podrá hablar. Sólo se podrá contemplar las formas que se van asomando en los cielos tras la abertura en su cumbre que desnuda la bóveda. El silencio mutará en plenitud porque el silencio ya se habrá fusionado con la noche.
»Pero al rodear este espacio verá que el puente continúa, se ramifica como un árbol viejo, y al final, su casa; las casas. Ligeras, flotantes, delimitadas por una circunferencia en la que usted podrá sumergirse si lo desea. Atravesando este espacio circular mediante un pequeño puente, llegará a una escalera en espiral. Al subir se encuentra el aposento. Pero la misma escalera continúa ascendiendo y lo llevará hacia el mirador, una abertura en lo alto que, como el espacio de silencio, deja al descubierto el cielo y la vista hacia el volcán y su paisaje.
»Como un bote que puede estar anclado al muelle, o puede irse a la deriva por el mar, así mismo usted podrá soltar la casa, para dejarse llevar por la voluntad del lago y sus corrientes, promoviendo la espontaneidad creativa de la naturaleza en el espíritu humano. Quien decida soltar la obra tendrá que estar preparado para la incertidumbre, sentimiento contra el que se habrá estado luchando desde el momento en que decidió abandonar la tierra y caminar a través del agua. La casa es el ojo, la luz que nada sobre agua, sin cimientos, tensado hacia arriba; usted la pupila, no distraída, viendo desde el interior hacia lo lejos, hacia lo más alto. Entonces, ¿tiene idea de lo que logrará ver?
Un amplio momento de silencio se instauró.
–¿Y algo así es posible? –Pregunta el anciano.
–Usted, que siempre ha preferido mirar hacia arriba que lo que está debajo de sus pies, responda a su pregunta. Dígamelo usted.
“Según algunos, Tales fue el primero en escudriñar las estrellas”.
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Heráclito
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